Fuente: http://notasdesubversion.blogspot.mx/
Un disco se escucha como se debe leer un libro. Los libros (serios) tratan sobre historias o sobre ciencia, sobre un tema general. Sin embargo, a su vez están divididos en capítulos, que a pesar de formar parte del todo, son independientes entre sí, y podemos entenderlos casi por completo aunque los leamos individualmente. Lo mismo (aunque esta vez en sentido inverso) pasa con las producciones discográficas; podremos tener algunas canciones (capítulos) favoritas, podrán ser compositivamente superiores, pero cualquier disco que se respete forma un todo coherente, donde las partes, aunque son independientes, forman parte de un solo universo. En resumen, un disco debería juzgarse por el conjunto de composiciones, no por las mejores. La música clásica nos da un claro ejemplo: quienes no estamos instruidos en la apreciación de este tipo de música, nos cuesta muchísimo trabajo distinguir dónde empieza y dónde termina una pieza, pues en realidad se trata de una gran composición.
Un disco se escucha como se debe leer un libro. Los libros (serios) tratan sobre historias o sobre ciencia, sobre un tema general. Sin embargo, a su vez están divididos en capítulos, que a pesar de formar parte del todo, son independientes entre sí, y podemos entenderlos casi por completo aunque los leamos individualmente. Lo mismo (aunque esta vez en sentido inverso) pasa con las producciones discográficas; podremos tener algunas canciones (capítulos) favoritas, podrán ser compositivamente superiores, pero cualquier disco que se respete forma un todo coherente, donde las partes, aunque son independientes, forman parte de un solo universo. En resumen, un disco debería juzgarse por el conjunto de composiciones, no por las mejores. La música clásica nos da un claro ejemplo: quienes no estamos instruidos en la apreciación de este tipo de música, nos cuesta muchísimo trabajo distinguir dónde empieza y dónde termina una pieza, pues en realidad se trata de una gran composición.
2 Toda
la música se inscribe dentro de una ideología. Puesto que la ideología funciona
independientemente de nuestra conciencia (de hecho funciona fuera de ella), esto es invariable; se
dé cuenta o no quien la escribe, las letras dan cuenta de una forma de pensar
socialmente determinada. Entonces solo tenemos de dos sopas a) reproducen el
orden y la ideología dominante (y el poder existente), en cuyo caso podemos
tener que lo describan simplemente o apologéticas. Por otro lado podemos tener
que b) subvierten, ya sea en forma de crítica o de agitación, la estructura
social. La canción más ingenua, como cualquiera que hable del amor más idiota,
contiene una ideología. Por tanto, no podemos separar la música que escuchamos
de la ideología que nos propone. No podemos llevar como bandera el imperativo
posmoderno de “yo escucho la música para disfrutarla”. Lo que nos lleva al
tercer punto. Todos hemos visto que en
las fiestas niñas y niños pequeños bailan las clásicas canciones de fiesta que
contienen letras llenas de albures y “doble sentido”, y nos lavamos las manos
diciendo “no pasa nada, ellos no entienden aún”. Y quizás sea objetivamente
cierto que no lo entienden, pero su cerebro sí que lo registra. Sin
proponérnoslo insertamos a nuestros niños en una ideología hedonista/machista
desde pequeños.
3 Nadie
puede juzgarte por el tipo de música que escuchas, pero sí por las letras que
te gustan. El falso respeto que se predica acerca de “tolerar” todos los gustos
musicales solamente perpetúan la gran industria musical, que se traduce, en la
mayoría de los casos, en “idiotización” musical. ¿Se debieran respetar los
gustos musicales que hacen culto a las drogas, el machismo, el individualismo y
el hedonismo? Por tanto, la defensa de la música y de los géneros musicales debe
de ir junto con una crítica radical de la idiotización musical, representada
sobre todo en las letras, pero también en la repetitividad que explotan la
sobre estimulación cerebral (ejemplos encontramos en todos los géneros, pero es
particularmente notorio en la música electrónica y en el reggaetón). (Para una
crítica de la composición musical recomiendo www.aldonarejos.com.)
Posdata I: La música clásica es la madre del rock
Cualquiera que se haya iniciado
con el rock como principal gusto musical, y después descubrió a Vivaldi o a
Mendelssohn sabe que la música clásica, hablando de Europa, fue la que cimentó
las bases de lo que hoy conocemos como rock en cualquiera de sus modalidades.
Si es que hay un campo en el que sea posible y válida la tautología (la “autorreferencialidad”)
es en la música; la música se repite a sí misma en una infinita espiral
progresista. Así como podemos señalar a la música clásica como la madre del
rock, podemos apuntar al Blues (a través del Jazz) como su padre, y sin embargo
ninguno parece copia o continuación de quien le precedió.
Posdata II: Todas las canciones de amor hablan de la misma persona
Cuando uno escucha cualquier
canción de amor en el radio le da la impresión de que están escritas para la
misma persona (mujer, en la mayoría de los casos), como si hubiera una musa
universal; sus ojos, su sonrisa, su comprensión, su amor… siempre es el mismo.
Siempre tiene las mismas características, y que su mayor coincidencia es estar
despojado de cualquier cualidad particular/real; las canciones de amor dan la
impresión de estar describiendo a todas y a ninguna a la vez, encaja con
cualquier descripción porque en realidad no habla de la persona amada, sino del
“amante”. Si nos ponemos a pensar profundamente en el sentido de la canción, el
punto nunca es de quien habla sino quien habla: la impotencia de poder generar
amor, que sin embargo es desplazada al otro para evitar su monstruosidad.
Posdata III: Edgar Oceransky es el Julión Álvarez de la trova
Posdata III: Edgar Oceransky es el Julión Álvarez de la trova
Para defender mi tesis de que la
letra es tan importante (e incluso más) que la música tomaré el ejemplo del
famoso trovador Edgar Oceransky. Podemos hacer el siguiente ejercicio: pongamos
Edgar Oceransky en el buscado de YouTube, elijamos una canción al azar y mostrémosla
a un desconocido diciendo: “esa canción la escribió Julión Álvarez, pero la
canta Fulano de Tal”. Encontraremos que nadie nos cuestionará (a menos de que
conozcan a Oceransky, claro). No solamente es inscribirse dentro de un género,
sino representarlo fielmente: Oceransky, igual que Julión Álvarez, defiende el
mismo amor idiota enajenado.
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