martes, 13 de octubre de 2015

Nostalgia por aquel Colegio de Sociólogos

Lo que no se debe callar

Por Ignacio López Ahumada
Lic. Ignacio López Ahumada

Nostalgia por aquel Colegio de Sociólogos

De unos meses para acá, en el gremio de sociólogos de Mexicali se está manifestando gran actividad con el propósito de darle a este grupo de profesionales una nueva reorganización que los dote de una estructura de superación continua, para el mejor desempeño de sus labores académicas y mantenerlos en permanente comunicación con las agrupaciones similares de otros ámbitos o latitudes  geográficas, a la vez que pugnar por una mayor representación ante la comunidad social de la que se forma parte.
Esta inquietud  por la organización y superación del gremio no es nueva para un servidor, aunque nos parece muy loable y de antemano confesamos que por este nuevo impulso a la organización nos ha venido a motivar. La nostalgia nos trae a nuestra memoria los primeros intentos que conocimos como sociólogos para organizarnos en busca de la superación del gremio en su conjunto.  Esto se remonta a aquellos años de principios de los 80’s en que egresamos de la carrera y nos  preparábamos a tomar impulso para ganarlos la vida con lo que habíamos aprendido en esos cuatro años en la Universidad.
¿Quién nos impulsaba a tratar de organizarnos profesionalmente? Al menos a mi generación, la que se conformó en la Escuela de Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad Autónoma de Baja California en los años de 1975-1979, se aglutinaba alrededor de un sociólogo que iba dos años delante de nosotros, Jorge Martell, hábil para mantener contacto tanto con muchachos egresados desde hacía varios años como con estudiantes que estábamos próximos a egresar, entre cuyos protagonistas recuerdo a Eleazar Castro Gaxiola, Santiago Cázares Avena y un servidor, que ya teníamos algo de experiencia conjunta en algún Partido político y sabíamos que la superación profesional podía alcanzarse agrupándonos.
 Martell era un estudiante con un aura de seriedad y respeto, con mucho para tacto para dirigirse a quienes aún hacíamos cursos de tercer y cuarto año, estando siempre dispuesto para recomendar algún autor que todavía no hubiéramos leído. O simplemente, que estaba atento a quienes no hubiera aprobado un curso o materia, para echarle la mano y sacarlo adelante. Martell había egresado de la Universidad y entonces trabajaba en su tesis profesional, por lo que seguido iba a visitar la E.C.S. y P. No era activista de ningún Partido político, aunque demostraba un nivel académico arriba de la media. Fue el único personaje que conocí en mí estancia en la Universidad que hubiera hecho una lectura completa de autores existencialistas como Jean Paul Sartre,  El Ser y la Nada, así como de F. Hegel, La Enciclopedia de las Ciencias Filosóficas. Además, siempre aparecía acompañado de unas muchachitas rubias, delgadas, de ojos verdes o azules, vestidas con formalidad, también sociólogas egresadas, con las que mantenía respetuosas relaciones, por lo que los bisoños no podíamos tomarnos libertades para manifestar ninguna simplada.
Llegado el momento, el licenciado Martell nos propuso formar y crear el Colegio de Sociólogos de Baja California.  Él tenía amplitud de miras más que nadie y aceptamos su invitación. Fue así como entramos en comunicación y contacto con otros egresados de nuestra Escuela, que llevándonos unos grados adelante, sólo los conocíamos por su perfil de activistas políticos y sus participaciones en las asambleas generales de ECS y P, como el licenciado Jorge Peón Rico, buen lector de Goethe y otros clásicos, así como un licenciado ya fallecido de quien no recuerdo sus apellidos sólo su nombre, Candelario. Tras que Martell nos presentó su plan de trabajo,  el Colegio inició sus actividades con un desayuno en un salón del hotel Holliday Inn con el entonces rector de la UABC, arquitecto Rubén Castro Bojórquez.  La nueva agrupación tuvo su reconocimiento público y nosotros sellamos el compromiso de siempre poner en alto, con el desempeño profesional, a la institución de la que habíamos egresado, la Universidad Autónoma de Baja California.
Recuerdo que estas acciones de integración del Colegio y de acercamiento con la rectoría de la UABC produjeron celos disfrazados de suspicacias en el grupo dirigente de la Escuela de Ciencias Sociales y Políticas, representados principalmente por el maestro Jorge García Montaño y el licenciado en Filosofía Edmundo Jacobo Molina, y su equipo venido o traído especialmente de la Universidad Nacional Autónoma de México. El  primero creyó ver que el Colegio de Sociólogos sería utilizado para golpear el proyecto de democratización de la Escuela, proyecto que incluía una constante descalificación contra los egresados de la misma Escuela. Quienes hacíamos nuestro pininos como maestros nos pidieron que estuviéramos alertas para evitar que el licenciado Martell utilizara el naciente organismo para fines personales. Él consiguió una sede para el Colegio en unas oficinas amplias y con un mobiliario mínimo pero cómodo en una segunda planta frente a las oficinas de Correos, sobre la calle Madero, en pleno centro de Mexicali, entonces un área con gran demanda. Ahí nos reuníamos cada sábado, podíamos tomar café, revisar alguna bibliografía, ya que Martell, lector también del sociólogo disidente norteamericano Charles Wright Mills, creía que una misión del Colegio sería  contribuir a la formación de sociólogos de varios quilates. Por esas oficinas, los sábados por la mañana aparecíamos Jorge Peón Rico y su compañera Belinda; el ya citado licenciado Candelario, Eleazar Castro Gaxiola, Santiago Cázares Avena, Juan Sánchez Soler y un sociólogo propietario de una Escuela Preparatoria Popular, cuyo nombre se me escapa, entre muchos otros.
El organismo, donde no estaban todos los sociólogos que ya habían egresado, sobre todo los mejor ubicados en la estructura ocupacional, tenía muchas tareas urgentes que atender. Entre estas, las prioritarias, el indispensable censo profesional, los campos en que en ese momento se desempeñaban los sociólogos, así como apoyar a aquellos que habiendo salido desde hacía años, aún no sacaban su título profesional, pues los requisitos que la Universidad imponía entre ellos la elaboración de tesis de investigación, no era cualquier cosa, ya que para esos años en la academia la enseñanza de la metodología de la investigación científica no alcanzaba los niveles que años después logró gracias a la labor de algunos sociólogos del Instituto de Investigaciones Sociales de la UABC, y cuyos nombres sería ocioso mencionar.
Parecía que el proyecto del Colegio de Sociólogos carecía de la menor importancia entre los protagonistas mejor ubicados en la estructura laboral, tanto de la administración pública como del sector privado,  y si alguna vez aludían al mismo era para descalificarlo.  Sin embargo, pronto tuvimos ocasión de ver que esta posición era falsa, aunque se cuidaban de manifestar sus verdaderos sentimientos sobre la naciente organización.  Cuando se presentó la gran huelga laboral en la Universidad, a principios de los años 80´s, a raíz del desconocimiento por rectoría de los sindicatos mayoritarios para asignarle el contrato colectivo a otros sindicatos afines a la parte patronal,  al interior del Colegio de Sociólogos hubo ciertas divisiones, ya que algunos miembros impartíamos clases en escuelas de la Universidad y el licenciado Martel no supo actuar con rapidez para conjurar las consecuencias de esas  divisiones. Las tareas asignadas a los miembros fueron relegadas, en espera de la salida o desenlace de aquel movimiento que vino a reestructura laboralmente a la Universidad.
El licenciado Jorge Martel tuvo necesidad de cambiar su residencia a los Estados Unidos durante algunos años, por ser su esposa de condición extranjera, con lo que el Colegio pareció quedaba al garete. En cuanto la Universidad y las condiciones laborales iban estabilizándose, surgió un nuevo impulso para ahora sí organizar el gremio de sociólogos, pero esta vez desde arriba, por gente que estaba mejor ubicada profesionalmente y con relaciones o contactos políticos, y que nunca antes se habían acercado a la primera organización. En esta nueva etapa, tomó la presidencia del Colegio el licenciado y maestro Antonio Meza Estrada, con un acto de mucha pompa e invitados distinguidos, como Antonio sabía hacerlo.
Quienes tras aquel movimiento no tuvimos necesidad de alejarnos de Baja California, de nuevo creímos en el proyecto del Colegio. Para entonces nosotros veíamos  la urgencia de llevar  las tareas que el sociólogo realizaba en las aulas o en el campo de investigación hacia la población.  Obtenido este apoyo de los demás miembros, recuerdo que nos tocó concluir y cerrar un curso sobre Sociología del Trabajo con la conferencia pública intitulada Trabajadores Desgastados, donde revisábamos las condiciones laborales  del trabajador mexicano en diversos sectores y varios rublos, temas con los que buscábamos conformar nuestra tesis de titulación. El presidente del Colegio, licenciado Antonio Meza, llegado el momento, tuvo sus razones para no presentarse al evento, que tenía lugar extramuros de la Universidad.  No asistieron trabajadores ni obreros pero sí activistas y  maestros de otros centros de educación superior. En otras palabras, en esta nueva etapa del Colegio, el desaire del licenciado Antonio Meza, que siendo presidente del Colegio dejó de asistir al evento,  algunos integrantes consideramos que servíamos para aplaudir en los eventos de pompa, pero no sentíamos mucha comunicación con el dirigente. Esto dispersó a varios,
Luego, al organismo de los sociólogos  creo que ascendió el  licenciado y maestro en demografía por la Universidad de Chile, Eugenio Guerrero Güemes, quien lograba reuniones muy divertidas, pero nunca, que yo recuerde, se trabajó con un plan de trabajo democrático. Así, cada vez que se anunciaban que terminaba el período del presidente en turno, se lograban reuniones muy concurridas, pues los aspirantes a dirigirlo procuraban llevar su porra. Logrado el propósito de obtener la presidencia y las carteras, no se continuaba con ningún plan de trabajo para atender tareas prioritarias. Recordamos que en la Presidencia del Colegio llegaron en el transcurso de los años, luego del licenciado Guerrero Güemes,  los licenciados en sociología  Sergio Hernández, Sergio Gómez de Silva, José Luis Molina, Jorge Valenzuela Santiago, Edgardo Contreras y Lya Niño, entre otros. En una de estas etapas, se logró la publicación de algunos números de una revista, denominada Societas, registrada como órgano del Colegio. La publicación no creció y al poco tiempo desapareció.
Por parte de un servidor, confieso que nunca fui insensible a la forma en que se le trató por parte del Colegio posterior a la huelga, a  su primer organizador, licenciado Jorge Martel, a quien institucionalmente todavía no se le reconoce su labor de pionero. Luego que estuvo devuelta  de los Estados Unidos, nunca me atreví a preguntarle sobre cuál sería su sentir sobre el rumbo que tomaron las cosas y la forma ingrata en que nos comportamos con él, sin que tampoco me solicitara la menor explicación. Me pareció, desde la primera entrevista que tuvimos, que su  larga estancia en Los Ángeles, California, lo curó de la pasión parroquial que tantos de nosotros no hemos superado y que con tanta frecuencia nos incapacita para desempeñarnos con plenitud. Mi deseo es que esta nueva inquietud por la organización en el Colegio de Sociólogos nos dote de mayor amplitud de miras, pues sólo así habremos de alcanzar las metas que nos han estado esperando desde aquel primer Colegio. Hasta hoy en día tengo la impresión que el sociólogo ha actuado como un llanero solitario y ¿Esto no constituye una contradicción grave para alguien que estudia la sociedad, sus instituciones, la cultura y hasta al mismo hombre como su razón de ser?

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